viernes, 1 de agosto de 2008

EL CIRCO DE LA VIDA

7 AINOHA (La funámbula)

Ainoha sonreía siempre de medio lado y lloraba sólo por un ojo. Y es que a Ainoha nunca le gustaron los extremos, por eso se hizo equilibrista, para ir por el camino del medio.

Sin embargo, un día pasó algo muy especial: mientras caminaba por la cuerda floja, una araña se posó en la punta de su nariz. De la nariz pasó al cuello y ahí es cuando empezaron las cosquillas de verdad. Ainoha empezó a pensar en cosas desagradables para no reírse, pero cuando la araña llegó hasta la punta de su dedo índice y se puso a hacer claque, la funámbula, que ya estaba roja, no aguantó más: le salió toda la risa de un golpe. Del susto, la araña perdió el equilibrio y se cayó. Ainoha, perpleja, pasó de la carcajada más descomunal al llanto más desolador por esa desafortunada araña que imaginaba desparruchada en el suelo.

Y se quedó así, inmóvil, a veinticuatro metros del suelo, llorando su culpa. No obstante, de pronto notó algo en el dedo gordo de su otra mano. Era la araña, que se había tejido un hilito y balanceándose llegó de una extremidad a la otra, se acomodó en su dedo anular y prosiguió con el claque.

Ainoha empezó a llorar, pero esta vez no era de pena. Y en el momento se puso a reír frenéticamente, aunque no era por las cosquillas, no sólo por eso, que también. Muy poca gente supo nunca qué le ocurrió aquella noche sobre aquella cuerda suspendida a 32 metros, pero Ainoha no volvió a ser la misma.

Al día siguiente desmontó su cuerda floja y mando instalar una telaraña gigante para caminar sobre ella, porque decía no sé qué de que los extremos se juntan.

O algo así.

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