Alguna vez recuerdo
Ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de lo que yo creí adolescencia,
engañándome sólo sin querer escuchar nada.
Porque en ese mes
sentí más de una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Y pensaba que nada hay tan dulce
como una habitación para dos,
cuando uno no se quiere ya demasiado,
fuera de la ciudad,
en un hotel tranquilo,
con parejas dudosas y algún niño con ganglios,
si no es esta ligera sensación
de irrealidad. Algo como el verano
aquel que nevó, hace tiempo,
como los viajes en tren por la noche. Te llamo
para decir que no te digo nada
que tú ya no conozcas, o si acaso
para besarte vagamente en mis sueños
los mismos labios.
Has dejado el balcón.
ha oscurecido el cuarto
mientras que nos miramos tiernamente, incómodos
de no habernos conocido entre mil abrazos.
Nada es igual, parece
que no fue ayer. Y este sabor nostálgico,
que los silencios ponen en la boca,
posiblemente induce a equivocarnos
en nuestros sentimientos. Pero no
sin alguna reserva, porque por debajo
algo tira más fuerte y es (para decirlo
quizá de un modo menos inexacto)
difícil recodar que ya no nos queremos,
si no es con cierta imprecisión, y como ese sábado,
que no es hoy, queda tan cerca
de ayer a última hora y del pasado
mañana
por la mañana…
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Hace 2 años
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