21.-EL HAWAIANO
Había ido solo al cine.
Mi mujer no quería salir. En contra de lo que pueda parecer no estábamos enfadados.
Al salir del cine entré en un bar hawaiano que hay enfrente. No justo enfrente, quiero decir cerca; y no porque mi mujer y yo estuviésemos cabreados.
Pedí un “Pirata Negro”. Venía en una vasija con forma de idolillo cabreado. Y con pajita y sombrilla de papel. Antes de que me sirvieran el cóctel, ya había hecho recuento de la clientela: Dos grupos de yankis –chicos y chicas- que se divertían mucho y cinco parejas de novios jóvenes, rancios y que se divertían poco.
Le dí otro trago a mi “Pirata Negro” y me sentí triste. Patético ante mi idolillo.
Cogí el móvil y marqué el número de mi casa.
Sólo dije: “¡Socorro!”.
A pesar de que mi mujer y yo estábamos cabreados, ella, Socorro, vino a sacarme de aquel infierno.
Había ido solo al cine.
Mi mujer no quería salir. En contra de lo que pueda parecer no estábamos enfadados.
Al salir del cine entré en un bar hawaiano que hay enfrente. No justo enfrente, quiero decir cerca; y no porque mi mujer y yo estuviésemos cabreados.
Pedí un “Pirata Negro”. Venía en una vasija con forma de idolillo cabreado. Y con pajita y sombrilla de papel. Antes de que me sirvieran el cóctel, ya había hecho recuento de la clientela: Dos grupos de yankis –chicos y chicas- que se divertían mucho y cinco parejas de novios jóvenes, rancios y que se divertían poco.
Le dí otro trago a mi “Pirata Negro” y me sentí triste. Patético ante mi idolillo.
Cogí el móvil y marqué el número de mi casa.
Sólo dije: “¡Socorro!”.
A pesar de que mi mujer y yo estábamos cabreados, ella, Socorro, vino a sacarme de aquel infierno.
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