ANTES DE SER MADURO
Todavía la vieja tentación
de los cuerpos felices y de la juventud
tiene atractivo para mí,
no me deja dormir
y esta noche me excita.
Lo imagino enseguida.
Y me coge un deseo de vivir
y ver amanecer, acostándome tarde,
que no está en proporción
con la edad que ya tengo.
Envejecer tiene su gracia,
se cae todo, hasta los dientes.
Es igual que de joven
aprender a bailar, plegarse a un ritmo
más insistente que la bendita inexperiencia.
Y, sobre todo, ser viejo
procura también cierto instintivo
placer curioso,
una segunda naturaleza
disfrazada en claro oscuro
y escondida en su melena.
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Hace 2 años
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