lunes, 22 de noviembre de 2010

DIRECTO DESDE LOS TRÓPICOS. Diario de un casal hispano-brasileiro

18.- FÁBULA DEL JARDINERO QUE QUISO SER ESCRITOR

En plena desesperación, un escritor cualquiera corría en pos de una buena historia que le diese fama y fortuna. Tan deprisa iba que nunca veía nada. Mientras, a su alrededor, crecía la hierba, brillaba el sol y la luna se hacía nueva cada cierto tiempo. La libreta del escritor quimérico sólo estaba llena de principios pomposos, a cual más extravagante. Gastó ahorros y energías en buscar inspiración y no se daba cuenta que en su propia casa, en la maceta que tenía en el alféizar de su ventana, se estaba desperezando una mata de albahaca. Después de aprender mil oficios, de vagabundear por doscientos suburbios y de contemplar varios inicios de hostilidades, creyó que ya nunca podría ponerse a escribir porque ahora que tenía experiencia, el espanto le agarrotaba la mano. Cuando, cansado, encanecido y con la mirada perdida, regresó a su casa, subió las escaleras, abrió la puerta de su habitación, se sentó en su silla y apoyó los codos en su mesa de trabajo; entonces, al contemplar por su ventana, se pasmó ante el jardín que nunca cuidó, ante las flores que nunca olió y ante los frutos que nunca comió y que, después de tantas aventuras, seguían estando ahí, como si nada hubiese pasado, haciéndole señas desde los rincones. Tal vez, se dijo, no era necesario todo ese viaje. Y el escritor, después de tantos momentos de vacío, pudo sentarse a escribir en su casa la historia de un escritor quimérico que acabó cuidando de su jardín, después de hacer grandes esfuerzos por encontrar su novela.

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