jueves, 3 de marzo de 2011

RELATOS DE INSOMNIO Y ANSIEDAD

33.- UNA HISTORIA SOBRE NADA (En partícular)

Pienso en los peores momentos de mi vida: me resbalo en un bache durante unas fiestas patronales. No hay donde esconderse, mis quince minutos de fama me abruman.

Ahora (en este momento como en todos) da igual, vivo en diferido. Los que no están presentes tendrán tiempo de sobra para ver. Lo cierto es que sólo las imágenes interesan, la repetición instantánea (me repito: repetición instantánea). Por consecuencia, me será imposible (¡imposible!) salir de mi casa sin escuchar risas burlonas, carcajadas aburridas.

Cumplo 18 años. Al despertar no abro los ojos; no tengo por qué. Si no hiciera tanto calor me cubriría con la sábana de pies a cabeza. A cambio el sudor mezclado con lágrimas secas me cubre la desnudez. Agarro la almohada (la palabra almohada me hace pensar en una lectura que dio mi profesora de historia sobre las palabras de origen árabe, fue la primera vez en mi vida que mire una palabra como una cosa viviente) y me la acomodo entre las piernas pensando en Abril. Tarde o temprano hay que enfrentarse a los problemas, me digo en esta mañana soleada, caliente, e ideal para el turista, un infierno para mí. Me levanto. O más bien, me levantan. Aunque dejo instrucciones específicas (¡no estoy disponible ni para Dios!) mi hermana me pasa el teléfono.

Reflexiono sobre los peores momentos de mi vida: Abril se habrá enterado de mi incidente vergonzoso, querrá saber que hacia en la fiesta sin ella, y de seguro se interesara en la chica que me ayudaba, que me sacudía el pantalón… que me acariciaba la piel herida. Una explicación no es mucho pedir; no le concedo nada... aún escucho las olas chocar contra las piedras inmóviles. No debo engañarla, lo se. Ni debo pretender ser algo que no soy capaz de ser. Guapo, por ejemplo. Tengo cara larga y cuadrada, y los labios jugosos (dicen) pero mi nariz chica no le cae muy bien, no cuaja con lo demás. Por eso me dejo el cabello largo, para cubrir mis imperfecciones, específicamente las orejas. (Misdirection: el mago carismático entrega la mano izquierda al ojo del público mientras manipula con la derecha). No debo decir la verdad, tampoco no debí mentir. El pasado, el presente y el futuro, poco valor tienen cuando se trata de remordimiento involuntario.

Conflicto fabricado.

Sólo tengo que devolverle la llamada. Decirle, entre algunas cosas: la verdad.

El peor momento de mi vida no fue la resbalada. Hay peores cosas, mucho más dolorosas que caídas. Un mal paso, un paso irresponsable, irregular, y simultáneamente acelerado y lento es a lo que me refiero. Le devuelvo la llamada. Ahora hablo. Haberte tenido me subió a la cabeza, me intoxicó. Luego le llega su turno. Ella consigue su venganza. No habla. Ha dicho todo lo que se propuso decir; su silencio lo deja claro.

Pasa otro día. Tengo 18 años más veintitrés horas... bueno, casi un día. Mi vida solo comienza dicen los adultos. Soy joven además, no tengo porque ir de prisa. Y luego nada, pasa el tiempo.

Nada.

Y nadan los turistas en nuestras aguas turquesas e orillas blancas y estrechas como si nada.

Varias semanas pasan (he perdido la cuenta) y no la puedo olvidar (no recuerdo el peor momento de mi vida, tal vez porque lo vivo aun muy de cerca). Duro estudiar con falta de interés. Me pesa la mochila y me alienta el apetito. Camino hacia la plaza, y frente a la iglesia me como un perro caliente. Suenan las campanas. Se me ocurre una idea.

Voy a la oficina de correos. No quedan sobres. Es una mujer de edad avanzada quien me atiende, no debería estar trabajando, debería estar jugando con sus nietos, yo que sé, viendo la televisión. Pero no, trabaja (¿y para que preguntarle por qué?) cuando ni siquiera puede explicar, no encuentra palabras para hacerme entender que sencillamente no tienen sobres. Me hecha un cuento: el encargado del inventarió lleva dos días sin venir al trabajo, dice que no se siente bien, pero todos saben que no viene debido a que sospecha que su mujer se la pega. Claro, su mujer no le puede poner los cuernos cuando el se encuentra en casa, sigue la señora, con expresión inocente. Y ahí va, por esa razón no hay sobres, añade, en fin. Me marcho sin sobre.

Cuentos.

Excusas.

¿Son excusas los cuentos o cuentos las excusas? Ya no sé nada y entiendo menos. Y a los 18 además. ¿Que sabré a los 21 o a los 43… y que entenderé a los 60? Tal vez sólo que Abril se me esfumó de entre mis dedos largos y torpes. Tal vez lo mejor es centrarse en lo mínimo. Si, en las olas.

Para hacer un cuento aburrido, un cuanto menos aburrido, les diré que la postal solo queda a una manzana de la mar (debido al calentamiento mundial, la marea sigue creciendo a través de los años, por consecuencia, la orilla del mar en nuestro pueblo cada vez se distingue mas por la piedras afiladas que por la arena fina). Me quito la camisa; me dejo puesto el pantalón, aunque antes escribo una nota que coloco encima de la camisa sobre la piedra más alta, el punto mas seco. Decido zambullirme en el agua.

De nada vale el tiempo que nos sobra, Abril, concluye la carta: la vida, en fin, es un cuento sobre nada.

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