miércoles, 6 de agosto de 2008

CONTRA ZAPA DESDE EL ZAPA...

¿De qué sirve, quisiera yo saber,
cambiar de sitio,
dejar atrás sótanos más negros
que mi reputación –y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tener criada,
renunciando a la vida de bohemio,
si cuando vienes me transformo en un pelmazo,
embarazoso huésped,
memo vestido en mis trajes,
zángano de colmena,
inútil y pendenciero,
y con las manos lavadas
sirviendo en plato la cena
y no ensuciando la casa?

Ya no me acompañan
las barras de los bares últimos de la noche,
los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de papel amarillo
que me hacían llegar borracho
sin pararme a mirar en ningún espejo
mi cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quería cerrar.

Y si me increpo,
me río al acordarme de ese pasado
por culpa del cual envejezco y me siento viejo.

Podría acodarme de aquello
que no tenía ni gracia…

De ese estilo
casual y desenfadado
que resultaba truculento
dando hasta resultado,
en un momento dado.

O de esa encantadora sonrisa
de muchacho soñoliento -seguro de gustar-
Pero no; eso es un resto penoso,
un intento patético.

Mientras que tú me miras
con tus ojos
como si me hubiera quedado huérfano
y yo te lloro
y te prometo
que nunca más.

¡¡¡Si no fueses tan puta!!!
Y si yo no supiese, hace ya tiempo,
que eres débil cada vez que te enfurezco…

De mi regreso soñado
guardo una impresión confusa
de pánico,
de pena pero contento,
y la desesperanza
y la impaciencia
y tu resentimiento
de volver a sufrir,
otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas sin ti
existiría mañana,
y si lo hubiera,
sería un infierno no dormir contigo.
Me muero a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas,
cuando cruzo sin ti
mi piso. Sin sentir,
torpe de mí,
tus abrazos,

ni añorar que antes lo hacía,
vacilando entre alcohol
y mis sollozos reprimidos.

Bendita innoble servidumbre
de amar a seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a si mismo…
… si es contigo

como se ha de pasar tal abismo.

Y sentirse morir por cada pelo
de gusto y sin hacerse daño
al mordernos los labios.

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