miércoles, 22 de octubre de 2008

YAMNIA (Encuentro entre la niebla)

Cuando la deportación de Asiría yo también fui deportado
y me trasladé a Ninivé.
(Tobías 1/10)



Amaneciendo. Desperté tapado por un abrigo y frente a mí, la cesta. Salté a cogerla y, como imaginaba, dentro sólo había dos fresas. Salí de casa vistiéndome mientras daba grandes zancadas. Era feliz, feliz, feliz, feliz.

Estaba esperándome fuera. Fuimos los dos, cogidos de la mano, al bosque y con la intención de llenar nuestra cesta con todas las fresas del lugar. La época de niebla había acabado. Con ella recorrí el bosque, la playa, rocas, un lago desconocido para mí. Su silencio. El correr de las aguas frías, cálidas bajo sus rodillas.

Andamos toda la mañana, todo el mediodía, toda la tarde, sin descanso. Al anochecer debía volver a su casa. Desde el viejo millario, comido por el musgo e inclinado sobre la carretera, me senté y vi como desaparecía la pequeña, sus sandalias, su pelo con olas rompientes y dorado, sus ojos dorados y con la fuerza de olas rompientes, su negro vestido.

Me vine aquí, al fin del mundo, escapando, pero he vuelto a caer en la misma trampa, en la misma y puñetera trampa.

La llamaba Yamnia, como la ciudad que Georgias salvó de la invasión. Yamnia. No era muda, sucedía que nunca nadie la había pedido que hablase. Ningún sonido salía de su garganta, pero así y todo se expresaba maravillosamente.

Yo la leía unos versos

“UNOS VERSOS LLENOS DE SOMBRAS…
…UNA SOMBRA ESTA EN EL ETER DEL LAMENTO
UNA SOMBRA ESTA REPLETA EN TU TORMENTO.”


Eran sus preferidos y los que más le gustaba oír, junto a las historias de mi vida.

Ella había podido conmigo.

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