martes, 30 de noviembre de 2010

DIRECTO DESDE LOS TRÓPICOS. Diario de un casal hispano-brasileiro

22.- LA TORTUGA COJA

Cuando nació la tortuga coja, los vecinos y amigos de sus padres arrugaron el enttrecejo en señal de repulsa. La pobre tortuga vivió una infancia llena de rechazos y malas interpretaciones.
En la edad de la rebeldía emprendió la marcha hacia una de las capitales del momento y allí, lejos de su pueblo, demostró sus grandes habilidades como pintora de bodegones y naturalezas muertas. No en balde, era lo único que había contemplado hasta entonces sin que nadie la regañase por ello. La verdad es que nunca antes una tortuga había manejado con tanta destreza la paleta y los pinceles. Tanto que las tortugas más jóvenes, que no conocían la palabra intolerancia, la adoptaron como nuevo signo de identidad y, ante el pasmo de sus mayores, comenzaron a imitar el ritmo renqueante de aquélla. Los adultos, siempre escépticos y críticos, las apodaron, despectivamente, “modernistas”. Pero ya no llegaron a tiempo y el gesto solidario de esas jóvenes tortugas se fue perpetuando en las siguientes, sin que nadie supiese cuándo empezó a formar parte de sus vidas.
Y ésa es la única razón que explica que las tortugas caminen despacio, para no dejar atrás a las posibles cojas -que ahora ni se advierten-; aunque, y eso bien lo sabe la liebre, son capaces de correr si se lo proponen.

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