jueves, 2 de diciembre de 2010

DIRECTO DESDE LOS TRÓPICOS. Diario de un casal hispano-brasileiro

24.- GESTOS Y ADEMANES (Historias del TPM)

Rosendo Tiermes se casó con una alemana y fue muy feliz con ella, aunque nunca llegaron a cruzarse media palabra. Rosendo Tiermes era hombre de pocas luces, como un terrón de tierra: había vivido siempre entre aperos de labranza y para él la felicidad consistía en un buen puchero de patatas guisadas. La alemana, en cambio, era una mujer recia de mucha voluntad. Había venido a estudiar el comportamiento de las águilas en los Picos del Norte porque una revista prestigiosa de su tierra le había encargado un artículo.
Tantos riscos subió que acabó con el tobillo fracturado y Rosendo Tiermes tuvo que ayudarla y la acogió en su casa con absoluta naturalidad.
La alemana se dio cuenta de que estaba ante un hombre especial con el que podría entenderse siguiendo el mismo lenguaje primitivo que había observado en ciertos simios a los que estudió hacía algún tiempo. A Rosendo Tiermes le chocaban esos gestos desmesurados de la mujer y creía que en su tierra todos eran así y le siguió el juego exagerándolo mucho más todavía porque le resultaba divertido verla saltar y llevarse los dedos a la boca, a la cabeza o al pecho; de ellos deducía él si tenía hambre, frío, calor, si quería darle la mano o le pedía un poco de sal para el guiso de patatas que aprendió a cocinar viéndolo a él.
La alemana lo apuntaba todo por las noches y creía estar elaborando una investigación genial, la que la consagraría y le permitiría poder seguir sin preocuparse por el dinero o por encontrar subvenciones porque todos sus colegas se rendirían a sus pies.
No contaba la alemana con que a Rosendo Tiermes se le iba encendiendo una luz en el interior y que, a base de gestos y del lenguaje corporal, fue sintiéndola como lo que era, una mujer robusta, sana y bien preparada para la vida del campo.
Cuando quiso darse cuenta la alemana, Rosendo Tiermes había abandonado los gestos rudos y llevaba mucho tiempo imitando los movimientos del cortejo de las palamos y ella entró en la rueda porque no era un hombre desagradable y porque le seguía interesando su comportamiento primitivo y sensual.
Y, como quien no quiere la cosa, la alemana se encontró recibiendo unas bendiciones que le llegaron sin buscarlas y compartiendo lecho y techo con ese hombre que tenía otras habilidades, aparte de enderezar tobillos torcidos.

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