martes, 7 de diciembre de 2010

RELATOS DE INSOMNIO Y ANSIEDAD

4.- UN GRAFFITTI DIFERENTE. AGUA

1990. Año de suerte.
Mañana fría, destemplada, la de ese lunes de otoño luego de un fin de semana soleado. Los perros ya jugueteaban entre la escarcha del parque sin importarles lo que pasaba su alrededor. Cerca, dos vagabundos que dormitaron a la intemperie daban sus primeros bostezos. Todo parecía normal, nada hacía prever que algo perturbaría la tranquilidad, casi monótona, de esos días. Claro, en un pueblo es difícil cambiar las costumbres, todos se conocen, saben los pasos que se dan, es mecánico, caminan por el mismo sendero, salen a la misma hora, se cruzan con las mismas personas. Es casi una ceremonia. Era lógico que un cambio de hábitos o que apareciese algo que antes no habían visto los confundiera, los hiciera investigar, reunirse, descifrar el misterio. Distinto habría sido en una ciudad, allí eso no ocurre, todo transcurre contra reloj, no hay tiempo para observar, se mira sin mirar; pero en ese lugar, en ese espacio perdido, todo importaba, nada se les escapaba. Ahí sí no iba a pasar inadvertido. Era clara la actitud de quien dejara aquel mensaje, debía saberse, conocerse, era lo que más deseaba.
Por eso, la noche de aquel domingo lleno de hojas secas deambulando por las calles, se dirigió hasta allí, había que dejar testimonio. Ese fue el lugar elegido. No podía perder tiempo, tomó el aerosol y escribió simplemente "AGUA". Nada más. Luego partió.
Los parroquianos, a medida que se iban acercando a aquél paredón, dejaban su opinión. Unos se animaban a creer que una empresa privada promocionaba la nueva red de agua potable, otros, menos crédulos, pensaban en una campaña política de algún partido recientemente fundado. Algunos no estaban ni con unos ni con otros, solamente afirmaban "algo habrán querido decir". En definitiva, todos se hacían oír, era tema de conversación.
Tal vez, el efecto buscado por el escritor anónimo fuera ese, que aquel pueblo cambiara su monotonía, aunque más no sea por poco tiempo. Pronto, se sabe, todo volvería a su cauce normal y lo que un día llamó la atención luego sería parte de sus vidas, estaría allí por siempre, ya sin importar su significado.
Hoy, diez años después de aquel hecho, pocos recordamos la anécdota. No podía ser de otra manera. Los amigos estamos en las buenas y en las malas y, aquella noche, sin pensarlo, decidimos acompañarlo en su cruzada. El quería hacerlo, estaba feliz de ello, y nosotros felices por su felicidad. No hay palabras para describirlo, por eso fuimos.
Hoy, veinte años después de aquel hecho, Facundo balbucea sus primeras palabras, pronto cumplirá su primer añito, Dolores ya recorre su segundo grado y Valentina, ansiosa por terminar quinto. Ana los observa con ternura y Germán, como siempre, los contempla, tal como se admira una obra de arte, tal como lo hiciera antes con ella, con ese amor que sólo comprenden quienes aman de verdad. Es aquello que permite, sin miramientos, escribir en la pared de algún pueblo perdido en el tiempo las siglas de tal sentimiento: “AGUA”.


"Ana y Germán, Unicamente Amor".

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