lunes, 24 de enero de 2011

RELATOS DE INSOMNIO Y ANSIEDAD

19.- DONDE DIJE DIEGO, DIJE DIGO Y ADEMAS NO ES CULPA MIA (Anda ya y vete a tomar por saco)

Mi vecina, a quien le debo varios favores, me pidió que le cuidara a su hijo. Como es un chico de características hiperkinéticas, no tuve mejor idea que llevarlo a la estancia de mi abuelo paterno. En el campo quemará sus energías, pensé. En la estación nos esperaba Zoilo que servía a mi abuelo desde antes de que yo naciera. Y por cierto, a su parco modo, fue un celoso guardián de mi deambular de niña por la extensa propiedad. Le di un abrazo y le presenté a Jorgito. Zoilo movió la cabeza y el niño lo miró desafiante. Subimos al auto adonde resonaba la voz de Atahualpa, pero la estridente voz de Jorgito no me permitió concentrarme en la canción.

-¡Tía, tía! –vociferó instruido por su madre quien pensaba que, al no tener yo hijos ni sobrinos, llenaría un vacío en mi corazón.- ¿Qué hacen esos cuervos en la rama del árbol?
-Deben estar esperando para comer –dije.
-¿Quién les tiene que avisar? –insistió.
-Nadie. Todavía no es su hora –respondí lanzada al tobogán de preguntas y respuestas.
-¿Y cuál es su hora?
-La que ellos quieran –recité con paciencia.
-¡Vamos a avisarles que ya es mediodía! –exigió solidariamente.

Mis ojos captaron por el espejo retrovisor la mirada divertida de Zoilo. En lugar de disgustarme, me disparó el recuerdo de Julián. Así me miró cuando, enternecido por mi enamoramiento de niña, me prometió: Cuando crezcas, serás mi novia. Ahora tenés que juntarte con los chicos de tu edad. Me engatusó el hijo mayor de Zoilo. Yo lo esperé algunos meses y me fui olvidando de él. Hace quince años que no lo veo aunque sé que se recibió de veterinario y está por marcharse al extranjero.

-Está bien –le respondí a Jorgito desechando la evocación - Zoilo les avisará después que nos deje en la casa.
-¡Yo también quiero ir! ¡Yo también quiero ir! –repetía el crío para dar énfasis a su deseo.

Cuando bajamos del auto, mis oídos pedían clemencia. Norma, la hija tardía de Zoilo y compañera de la infancia, salió a recibirnos afectuosamente. ¡Sos mi salvación!, pensé. La abracé, la besé, y le pedí que atendiera a Jorgito mientras yo iba a saludar a mi abuelo. Sin esperar respuesta, entré a la amplia biblioteca adonde, con seguridad, lo encontraría enfrascado en su colección de estampillas. Me recibió con tanta alegría que por un momento me arrepentí de la visita que le había traído. Me mostraba con entusiasmo sus últimas adquisiciones, cuando la luz que entraba por los grandes ventanales se fue amortiguando como una linterna gastada. ¡Era el anunciado eclipse de sol! Aprovechando el evento, Norma me restituyó a Jorgito con la excusa de que tenía que volver a su casa. ¡Desagradecida!, rumié. Y yo que le había cubierto las escapadas cuando estaba de novia con Roberto. Jorgito me atormentaba interrogándome por el oscurecimiento, al tiempo que varios peones alumbraban la gran habitación con lámparas de aceite. Traté de explicarle lo de la superposición de los planetas, de que era temporario y fantástico, pero él empezó a chillar que un monstruo lo espiaba por la ventana. Mi abuelo abandonó subrepticiamente el salón y yo miré esperanzada hacia afuera, esperando alguna aparición que me librara de Jorgito. Abrí la puerta ventana, y grité. Un encapuchado caminaba hacia mí, amenazando entrar a la casa. Corrí hacia Jorgito y lo abracé tratando de protegerlo del maleante. El susto me había enmudecido, pero el niño berreaba de sobra por los dos. El intruso se acercó y se inclinó para observarnos. Después de un momento se arrancó la máscara y reconocí al instante el semblante varonil.

-¿Julián…? –aventuré con mi sonrisa más seductora.

Me miró largamente, hurgando en sus recuerdos para actualizar mi rostro lejano y familiar. Una chispa de reconocimiento le iluminó los ojos:
-Has crecido, por cierto –declaró tontamente.
Me reí de su confusión, lo que detuvo los gritos de mi vecinito el cual enseguida lo interrogó:
-¿De qué estás disfrazado?
-Es un traje de apicultor –le respondió sin dejar de contemplarme- Estaba revisando los panales de tu abuelo.

Yo no le había preguntado nada, de modo que sobraba la aclaración. La luna estaba separándose del astro rey y una creciente claridad revelaba nuestras figuras. Reviví los sentimientos de mis diez años y, para ocultar la turbación, le comenté:
-Me dijo Zoilo que te vas a España.
-No creo –declaró con tono risueño.- Como soy un hombre de palabra, voy a quedarme para cumplir una promesa.

Jorgito se defendió de mi beso y de mi abrazo. Las efusiones lo fastidian. No podía explicarle que si no fuera por él, la promesa no se hubiera cumplido.

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