martes, 22 de febrero de 2011

RELATOS DE INSOMNIO Y ANSIEDAD

30.- EL ARREBATO DEL SILENCIO

Cumplí diez años el día que Mónica tropezó conmigo y boto el dinero que llevaba para el encargo de su abuela, lo recuerdo como si hubiera pasado horas atrás. Sus ojos cafés muy abiertos me dejaron claro lo asustada que estaba ademas de ser la niña mas hermosa que mis ojos vieron en ese cumpleaños, con dos trenzas que ataban la rebeldía de su melena. La ayude a recoger las monedas; torpemente las recibió, no dijo nada y así mismo se fue. Desde la noche de mi cumpleaños número diez Mónica hizo albergue en mi mente. Todos los días salía para verla así fuera de lejos, pero al parecer vivía castigada porque muy poco se le veía fuera de su casa, salía únicamente para cumplir con los mandados de su amargada abuela Doña Zocala y para asistir a la escuela de señoritas del pueblo. Era casi imposible tener algún tipo de contacto con ella pues cuando iba a la escuela su abuela la acompañaba, no la dejaba mirar a ningún lado y la esperaba desde una hora antes de que saliera. Cuando salía por los encargos iba corriendo y se devolvía igual pues su abuela la esperaba en la puerta. Yo la llamaba con silbiditos esperando que me premiara tan solo con una mirada pero jamás lo hizo. Así pase unos cuantos cumpleaños más, observándola desde diferentes ángulos de la calle.

Desesperado una noche sentado entre las ramas de un árbol lleno de polillas les pedí a ellas que por favor devoraran mis sentimientos por ella, pues como veía las cosas yo para ella no existía. Cruzar una mirada con Mónica era más difícil que querer olvidarla. Esa noche no me moleste por cambiarme de ropa, me tire en las sabanas desordenadas de mi habitación y al cerrar los ojos una voz me pregunto al oído “¿que estas dispuesto a dar para tener el privilegio de observarla como nadie lo pudiera hacer nunca?” entonces recordé las imágenes de ella recogiendo el dinero y de los tantos días que la perseguí para poder siquiera rozarla y nunca lograr nada, así que sin pensarlo mucho entre mis sueños respondí “ofrezco mis ojos, mis manos, mis piernas, mis pensamientos, todo” y la voz termino mi respuesta con un “así será”.

Al siguiente día mis ojos se abrieron como si fuera la primera vez para captar esa inaugural imagen del día, ella acostada de lado en su angosta cama, acurrucada y abrigada por una sabana que la cubría del frió que tal vez sintió esa noche. No entendí lo que sucedía pero era feliz de poder verla de esa manera, era hermosa, su cabello oscuro energizaba todo a su alrededor, sus parpados entre cerrados dejaban ver el color café oscuro de sus ojos y esas mejillas rosas no desentonaban en nada con sus delgados y rojos labios. Poseía la piel más suave que nadie quisiera tocar y la sonrisa más bella que nadie jamás quisiera olvidar. Se acerco a mi y yo mas emocionado que nunca sentí la necesidad inmediata de llevar mis manos hacia ella pero no controlaba ninguna parte de mi cuerpo, consternado lo intente de nuevo y en ese momento ella acaricia mi rostro y dice “buenos días pequeño Juan Martin”, le quise decir que ese no era mi nombre pero no sabia como mover mis labios. Asustado me percate que Mónica era mucho mas grande que yo y gracias al reflejo de la ventana pude ver la nueva imagen que poseía. Era un muñeco de arcilla con pelo negro hecho en lana, vestido con un pedazo de tela a cuadros remendados la cual era mi camisa y un pantalón corto color verde que tenia un cinturón pintado con marcador oscuro.

Se cumplió lo que ofrecí por estar cerca de ella, una polilla devoro mis ojos, mis manos, mis piernas convirtiéndome en el muñeco de arcilla de Mónica, no sabia si estar feliz por cumplir mí anhelado deseo o querer suicidarme por no tener vida, pero no sabía si la tenía para poder hacerlo. Después de los “buenos días”, Mónica se vistió con un par de trapos sucios y se fue, regreso en la noche con los ojitos rojos de tanto llorar, dijo en voz alta ya no tener motivos para soportar los abusos de su abuela. Ese día se entero por las comidillas del pueblo que el niño de las “mechas bonitas”, como ella lo llamaba dejaría de perseguirla y llamarla a silbidos pues su vida se la había llevado el ángel de la muerte la noche anterior sin explicación alguna, dejando solo el cuerpo extendido en la cama.

Su reacción me dejo abrumado pues yo creí que ella ni se había percatado de mi existencia, pero me equivoqué pues ese niño se había convertido en su esperanza, su ilusión, su motivación para aguantar la insoportable vida que llevaba. Saco miles de dibujos donde el niño de las “mechas bonitas” era el protagonista, mis ojos querían explotar en lagrimas pues por un miedo absurdo nunca tuve el valor de liberarla de su realidad y haberla amado como ella esperaba que algún día lo hiciera, ahora ella sufría por creerme muerto sin saber que ahora el niño de las “mechas bonitas” se llamaba Juan Martin, su muñeco de arcilla.

Esa noche una polilla se paró encima de su cuerpo, lo iluminó y se lo llevó. Desde esa noche espero a esa polilla para que me saque de este cuerpo de arcilla y me lleve con ella, quien creyéndome muerto pidió morir también y acompañarme en ese lugar donde la muerte jamás me llevó.

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